Está claro que hay que revisar el reglamento. No puede ser que conlleve la misma sanción una entrada dura al tobillo del rival que celebrar un gol quitándose la camiseta o mostrando un mensaje de afecto a un ser querido. No puede ser que una agresión a sangre fría sin justificación ninguna ni arrepentimiento posterior se equipare, a efectos de castigo, a una pérdida de tiempo en un intento de pillería.
Sin duda en el fútbol actual podríamos encontrar muchas incoherencias, desde el reparto televisivo hasta los cuestionados árbitros de gol de la UEFA, pero creo que antes que nada, es imperativo revisar el reglamento. Messi, jugador que suele recibir más de una entrada merecedora de tarjeta cada partido, vio amarilla por hacer la conocida paradinha en un penalti. ¿Lógico? Para nada, pero así lo dice el reglamento. Como tampoco fue lógica la segunda amarilla a Van Persie en unos cuartos de final de la Champions tras continuar una jugada habiendo pitado el árbitro fuera de juego. Pero claro, así lo dice el reglamento.
Ejemplos cómo éste los tenemos a centenares, ahora bien, una cosa es que el reglamento necesite una revisión a fondo con urgencia, pero otra muy distinta es que no se cumple lo que, por muy absurdo que sea, está estipulado.
Si Piqué es sancionado por el comité de competición y no juega en el Bernabéu, nadie podrá quejarse y nos la tendremos que envainar. Todo por no cumplir el estúpido reglamento.