miércoles, 6 de abril de 2011

Obsesión

Después de ganar ayer 4-0 ante el Tottenham, Madrid estaba eufórica. Los seguidores blancos, ya fueren periodistas o simples aficionados, clamaban después del partido -y aun lo hacen hoy- por ‘la décima’, pues ya se ven levantándola en Wembley. Todo el mundo estaba eufórico… ¿todo el mundo? ¡No! Un señor portugués con cara de pocos amigos fue el único que no mostró ni una brizna de alegría en su expresión ni en sus palabras, más bien aprovechó el momento de éxtasis blanco para volver a la carga con sus ya habituales quejas y lloriqueos.
La primera respuesta que dio Mourinho en la rueda de prensa -preguntado por el juego de los ingleses, que se encerraron atrás al jugar con uno menos por expulsión de Crouch a los 15 minutos de partido- ya la lanzó en forma de dardo envenenado: "Espero que nadie critique al Tottenham como se criticó al Inter el año pasado, o al Arsenal hace poco, por no tirar ni una vez a puerta después de quedarse con diez". En ambos precedentes estaba citando, sin explicitarlo pero con toda la intención del mundo, al Barça, a su obsesión.
Siguió la rueda de prensa con un gran ejercicio de cinismo al decir que estaba "triste" por el Tottenham, para seguir sin olvidarse del equipo con el que debe de soñar cada noche al acostarse: "Me da pena porque conozco las sensaciones de un equipo que quiere hacer un partido diferente, se queda con diez y no puede hacer nada. Esto lo viví con el Chelsea en el Camp Nou y ya sabéis qué pasó. También lo viví con el Inter el año pasado y no pude hacer el partido que quería". Lamentaciones varias de un hombre al que se le atribuye el título de erudito del fútbol -que no pongo en duda-, pero al que también se le conoce por sus malas maneras, sus salidas de tono y últimamente por una obsesión malsana que parece tener por el Barça.
No es ningún secreto que al entrenador portugués se le ha atragantado el club azulgrana. Antes no tenía que batallar con una prensa que cada día le pregunta por el equipo rival. Antes vivía feliz en su Oporto, en su Chelsea, en su Inter, metiéndose con los rivales y viendo como éstos picaban en sus absurdas batallas dialécticas y le seguían la corriente. Antes podía estar tranquilo porque sabía que su modelo futbolístico se imponía al de los rivales. Antes. Pero todo cambió al llegar a España y encontrarse la realidad del día a día del entrenador del Madrid: que te pregunten más del Barça que de tu propio equipo, que te exijan ganarlo todo aunque digan lo contrario, que te veas obligado a mantener una compostura por el ya falso señorío del que presume el club… Demasiadas cosas. Si a eso le sumamos el mejor momento histórico del Barça, la combinación se hace insoportable para cualquiera.
El portugués cada día va más allá en sus divagaciones, pataletas y lloriqueos, pues no encuentra la manera, a día de hoy, de dejar de pensar en el Barça. Es inexplicable sino, que ante preguntas sobre su equipo después de ganar el primer partido de cuartos de final de la Champions del Madrid en 7 años, responda con intentos de ataque al equipo azulgrana y otros improperios. Pobre 'Mou'.